Si alguna vez toda esa terapia “rinde fruto” y me convierto en una exitosa “algo”, completamente inserta en el genérico mundo de los “exitosos algo”, que camina a paso seguro, firme, sin tropiezos ni tobillos débiles, ni risas nerviosas de vergüenza; si no queda rastro en mi mente de la inseguridad que hoy me consume, no voy a poder olvidarme de mí. Tengo un recordatorio permanente, incontable, de esas veredas desiguales, del pedal roto de mi bici vieja, de aquella botella en aquel boliche, que fue testigo de las polleras mas cortas que he usado (oh si, me quedaban bárbaras con mis piernas de 5 de Chacarita).
Cuando sea grande y no tenga miedo, las voy a mirar con fastidio, despotricando, quejándome de que por su culpa (y la de las várices) “... no puedo usar polleras sin medias finas...” pero ahí, atrás de la cara de reproche, atrás de mis ojos de mujer autosuficiente, se va a ver algo de añoranza, como un suspiro, y quizás, hasta una sonrisa de satisfacción.